

Con cierta frecuencia le agobiaba la idea de ser hombre. Eran esos días cuando por la mañana salía en bata y descalzo sin hacer ruido de la casa, compraba dos periódicos en la tiendezucha de abajo y volvía para después pasearse con un habano en la mano el resto del día teorizando sobre el origen de la primera guerra mundial, y los gusanos de seda.
Quedaba durante varias horas en estado de trance y doña Úrsula no hacía nada para evitarlo. Al fin y al cabo se quedaba la salita vacía y podía jugar con sus amigas al póquer todo lo que quisiera (…)
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