15.12.12


El aspecto era lo que menos le importaba esa mañana. Se vistió sin mirar en su armario, tanteo con los dedos por los cajones desordenados de su armario.
-Vaqueros, bien- La camiseta del pijama y la sudadera azul verdoso que no se sacaba desde septiembre. Empezaba a oler a dinosaurio.
Estaba en la calle caminando. Sus pies respondían torpes  tras semanas de haber estado hibernando. Debajo de la colcha de su cama se habían amontonado espirales de silencio, polvo, lagrimas, recuerdos y presagios de fin de mundo.
Se cruzó con la niña bonita que vendía fruta en la esquina. Todos los días se peinaba y se ponía su lazo rojo en el pelo rubio. Pero ese día el aspecto no le había importado a la niña bonita que vendía fruta en la esquina y ni tan siquiera se había vestido. Solo llevaba unos zapatos y la colcha de su cama.
La saludó con los ojos entendiendo perfectamente como se sentía. Y le dejo dos monedas y una nota con consejos para una óptima hibernación.
Ya en el tren, y  con tanta gente amontonada decidió doblar su alma para ocupar menos espacio, así el hombre del maletín con semblante serio y gafas aburridas estaría menos agobiado. El hombre gris del maletín (se me había olvidado decir que era gris) desayunaba todos los días con cereales, miel y nata. Pero esa mañana no encontraba una cuchara y tuvo que salir con el estomago vacío para el resto de la semana.
Antes de salir y desdoblar su alma para caminar tranquilamente por la vida, le dejó al hombre gris unos cuantos regalices de colores rancios. Se tenía que mantener gris y delgado.


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Cualquiera puede dejarme su mensaje,¡anímate!