7.12.12
Abuela, aíta.
Te he visto de espaldas, y casi no te reconozco. Cuanto has cambiado.
Estás como más... más, pero al mismo tiempo es como menos.
Me han dado ternura tus manos, tan arrugaditas. Y tu pelo todo el recogido en un moño en lo más alto de tu cabeza. Tu pelo es tan blanco, y tu mirada tan luminosa que me pareces el mismo sol.
Presides la sala, de forma natural. Majestuosa sentada en lo que bien pudiera ser un trono bañado con pan de oro, pero que en realidad es madera de roble moldeada en tu mecedora.
Roble, como tú.
Con tus ojos llamas mi presencia, y desde el otro lado de la habitación ya siento tu proximidad, tu amor y calor.
-Me invita a sentarme con ella. Me invita a escucharla.
Mi aíta es muy bella, creo que no sabe cuánto. Yo me quedo prendada de sus facciones, de su piel y sus ojos. De su olor. Y pienso que ese rostro cuenta tantas historias como días en la faz de la tierra.-
Me has tomado de la mano, y en seguida siento calidez.
Aíta, te he visto, y ya te reconozco. Porque para mí, tu eres pura belleza.
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