19.4.15

Para Samuel.
Atento en cualquier circunstancia, 
en cualquier parte del mundo.



El tacto de la hierba sobre los pies descalzos, el olor de los arboles húmedos recién regados. 
La suave tela del vestido que con el aire fresco le acaricia los tobillos. 
Y baila , y dibuja figuras entorno a su cintura.
Las voces lejanas de las madres llamando a sus hijos para anunciar que la comida ya esta lista.
Silencio.
Tan solo el crujido de pequeñas ramitas y hojas secas que van sonando a su paso.
Los pájaros en bandadas arrastrados a merced de las corrientes del aire  y unos breves rayos de sol que iluminan sus cabellos.
Se estira, y eleva su cuello alcanzando el mismo cielo. 
Sobre sus tobillos el peso liviano de su cuerpo que de poco a poco empieza a ser mecido por el aire y la quietud del campo.
Retrocede sobre sus pasos para encontrar una nueva senda en el camino.  Nuevos olores que ir incorporado a las mil y una sensaciones. 
Admira los tonos vibrantes de las flores que va dejando a su paso, respira y graba en un pequeño rincón de su cabeza el intenso olor a polén, y el tacto de las ramitas de lavanda que le llevan de vuelta a su más tierna infancia. 
A su nana, a las tardes preparando pastel de manzana en la cocina de cerámicas azules  y blancas.  ¡Qué bien olía su nana! y lo protegida que se sentía entre sus brazos y detrás de sus piernas bien agazapada para que sus hermanos no la encontraran. 
El olor del pan recién hecho, el calor que desprendía el horno y las ganas de llevarse un trocito humeante de rebanada a la boca para prepararlo antes tirándolo de una palma a otra palma de las manos, para enfriarlo tan solo un poco. 
La lengua quemada  y el paladar feliz.

Recuerda los largos paseos en bici. Su bici con una cesta y unas pequeñas tijeras para ir recogiendo amapolas de la Grillera, de la suave y reconfortante voz de su tía abuela Ana. 
Que le contaba las más agridulces historias de niños en Colombia, de los niños que su padre cuidaba. De porqué tuvieron que mudarse. También le hablaba de las recetas y las frutas exóticas que allí tomaban cuando ella aún era un bebé. 
 Y Emma sentía nostalgia, y sentía calma. 


Después abría los ojos, y se encontraba de nuevo sentada en la parada del autobús. 
Y ya no había campo, solo alquitrán y pintura. Coches y prisas.
Volvía a la escuela , pero se quedaba con el olor a almizcle y lavanda en la ropa. Con los pies aún con sensación de cosquillas y leves caricias de la hierba , y su vestido seguía moviéndose y girando. Desvelando su delgada figura. Y desde fuera parecía un movimiento bello y con gracia. 
En realidad el vestido y la tela se movían ahora por el aire de los sumideros y los ventiladores de los locales. Pidiendo a gritos , volver lo de antes, volver a sus brazos, volver a oler el vestido y el pecho de su nana.






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