30.5.12



Mi piel se mantuvo tersa todavía por un par de años más, lo que cada vez era más arrugado sería con toda seguridad mi alma.
Para esa ingrata, no había cremas.
A los dos siglos seguía sin encontrar mi escape a lo que no quería, a lo que no buscaba. Sin embargo permanecía quieta, inmune. Las crisis de nervios y los dolores de cabeza parecían repetirse como una sucesión de los días y las noches, de jornadas levantándose de la cama sin  sentido y acostándose con los huesos cansados  y una sensación de insatisfacción que ni las copas de ginebra quitaban.
Una noche, tras haber leído 256 páginas de mi libro y fumar dos cigarrillos me quedé pensando en la extraña y casual sucesión de personas que había conocido en los últimos cinco meses. Personas arrolladoras, con una energía que se podía oler a cinco km a distancia... y finalmente personas que me inspiraban.
Tenía que ser una señal, ¿no?
¿Moverme o permanecer?esa parecía la cuestión.
Y como ya eran las tantas de la mañana, no había trenes y no podía meter nada en mis  maletas, me fui a la  cama y dormí inquieta por dos meses más.
Reconocer que estaba paralizada, sería quedarse corto.

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