Escribo estas lineas y lo hago mientras lánguidas lagrimas van cayendo silenciosamente por mis mejillas para más tarde ir a morir a mi amplio jersey. En él se pierden dejando notas de ese aroma tan caracteristico a tristeza, sal y mar.
Pero yo no vivo cerca del mar, y nunca lo hice.
A cambio tengo una gran ciudad, llena de líneas rectas sombreadas por el alquitrán y coches que pasan furiosos detenidos tan solo por algún semáforo tímido.
Tengo largos recorridos en metro y cercanías, vagones y prisas.
Tengo sensación de llegar tarde a todos lados y mala memoria. Porque la mayoría de las veces se me olvida donde estaba yendo.
Y es que yo, soy como esta lágrima que me rebosa la cuenca de los ojos y gravita. Y no las culpo por tratar de ocultarse.
No las culpo, porque los domingos hago exactamente lo mismo. Y me escondo en mi jersey.
Ya en lunes cuando suena el despertador religiosamente a las 07:35, apagó y retraso la alarma unos minutos más.
Me concedo un aplazamiento para esconderme por última vez en mi jersey , respiro por debajo de las mantas y cojo fuerza para salir a una nueva semana.
Ruego para que el lunes no sea como el pasado.
Y así sucesivamente.
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