6.5.15


Al día paso una media de dos horas y cincuenta y seis minutos en el transporte público (calculado, no miento) y cada vez que lo pienso una mezcla de frustración por el tiempo perdido y ansiedad me invade, pero como siempre dejo que la sensación se vaya diluyendo y después paso al plan B: pienso en todos los libros que voy a empezar a leer en ese tiempo muerto, en todos los proyectos de clase que voy a adelantar, y en todos los ejercicios de francés que voy a tener terminados para las clases de los sábados.

Seré ingenua...

Finalmente, por las mañanas entre las prisas y el sueño me dejo a Mario Vargas Llosa en el bolso que llevaba el día anterior, los proyectos no puedo ir adelantándolos porque en el metro no tengo inspiración y del francés ya ni hablamos.
Sucumbo al ¿placer? de no hacer nada, de observar con detenimiento a los demás pasajeros y de imaginarme que tipo de trabajo tendrán, cómo se sentirán, si estarán casados o si por el contrario están bien jodidos por alguna novia o novio que les ha dejado.
Me fijo en los pies, los calcetines las botas y algunas sandalias tímidas que comienzan a dar sus pasos en este Madrid que a veces te achicharra y otras te deja helado de frío.
Al señor trajeado que echa miradas fugaces a su reloj, estresado y angustiado seguramente por algún informe que debe de entregar. A la peruana que le obligan a llevar uniforme para llevar a los hijos de otros al colegio, mientras los suyos propios esperan con ilusión las cartas y el dinero que manda ella desde aquí.
En el chico joven  de gafas grandes que me cruzo todos los días en Nuevos Ministerios. Con el maletín desgastado por las esquinas, informático de profesión, freak de campeonato.
El chico que nunca saldrá de la "friend zone" para toda fémina que se encuentre. Un chico adorable, con un corazón enorme pero carente de ese punto macarra, que a todas las tías les gusta. Yo también he intentado quererlo. Intentado.

Y pienso que somos estupidos, con tantos matices, con tantas contradicciones.

Me siento mal por la chica de pelo moreno de facciones marcadas. Por sus ojeras, porque desde hace un par de semanas su rostro está más gris, más vacío. Y ya no me lanza una tímida sonrisa de reconocimiento como hacíamos cada mañana. Yo creo que le han partido el corazón, y que seguramente el chico con el que esté no se la merezca.
Pero qué se yo. Solo soy otra chica, con ojeras y sueño a las 08:30 de la mañana, tirando a la basura todo el tiempo que pasa en el metro. La chica que analiza todo y se atreve a emitir juicios de valor cuando la verdad es que podría estar mejor aprendiendo francés y dejando de verse reflejada en el espejo del vagón.






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